Siempre me he preguntado la magia que tienen algunos de transformar lo insignificante en maravilloso. De devolverle el color a algo que parecía perderse en el tiempo. De crear cosas inimaginables para deleite de muchos observadores y muchos bolsillos. No es fácil crear, no todos tienen ese talento. Envidio a los que tienen ese don, pero de la buena.

Un caso bien particular es del artista callejero ruso Nikita Nomerz quien se dedica a transformar ambientes urbanísticos aburridos, sin color, en verdaderas obras de arte.

Su pasatiempo más divertido es devolverle la vida a estructuras que fueron olvidadas con un sello bien particular: Las humaniza poniéndole ojos, bocas, sonrisas y gestos en la ciudad rusa de Nizhni Nóvgorod.

Su trabajo abarca desde torres de agua pintadas (que parecen que se estuvieran riendo) hasta la transformación de edificios viejos cuyas ventanas rotas se vuelven ojos de mirada perdida en el vacío.

Este artista goza de la aprobación de los vecinos y autoridades que reconocen la gran labor artística que está haciendo el joven, ya que alegra la imagen de algunas construcciones viejas, y de paso, los alegra. 

Por esto, la fama de Nomerz se ha extendido pronto por el resto del país y ya ha empezado incluso a traspasar las fronteras de Rusia.

El artista empezó a decorar los muros de su ciudad con el grafiti clásico de hip hop, pero pronto se interesó más por otros modos de expresión más elaborados y dio rienda suelta a la imaginación y a todo tipo de experimentos






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