Por Carlos E. Tello Maco -




¿Por qué César Vallejo es tan importante en la literatura universal? Un profesor mío, Danilo Sánchez Lihón, vallejista hasta el tuétano, me dijo que Vallejo y Dante son "los dos únicos poetas universales". Solo la poesía de ambos puede ser entendida por cualquier ciudadano del planeta Tierra. "¿Y dónde quedan Neruda, T. S. Elliot, Petrarca, Kavafis, Benedetti o Rubén Darío?", pregunté. "Dante y Vallejo son los únicos, porque el dolor es universal". Y es que el dolor es el inicio de su obra poética, porque no hay título más sombrío y oscuro como Los heraldos negros.

Publicado en 1919 en pleno auge del modernismo literario, hijo de Rubén Darío. Su edición supuso una especie de silencio y duda, y es que el lenguaje de Vallejo era nuevo. Tenía algo de modernista, de Rubén Darío y de Chocano, pero algo más. Habían frases coloquiales y pequeños pero interesantes experimentos gramaticales. La recepción fue imprecisa. Alcides Spelucín, filósofo trujillano y amigo de Vallejo, comentó que lo mejor de la intelectualidad peruana alabó el poemario: desde un mayor Manuel González Prada hasta los contemporáneos Abraham Valdelomar, José María Eguren y Juan Parra del Riego.  Aunque hubieron críticas sonoras (Clemente Palma Román, hijo del tradicionista, calificó de "mamarracho" a uno de los poemas que fuera presentado en una revista), Los heraldos negros siempre dejó un halo de duda. La confusión que existe frente a algo novedoso.

El primer poema de César Vallejo, inaugural de Los heraldos negros e intitulado así, ya habla del dolor. "Hay golpes en la vida tan fuertes... Yo no sé!". Aquella frase tan repetida asume la debilidad del ser humano ante la fuerza del destino pero ignorando las mil y un reacciones que puede tener el mismo ante la adversidad. Sin embargo, en el mismo poemario, ya el autor rescata la posibilidad que tiene el hombre para reaccionar, criticar, denunciar. Y lo hace, incluso, ante el mismo Dios. Los dados eternos (que está dedicado a la voz más sincera y crítica de la historia peruana, Manuel González Prada) es el mensaje que un hombre le da a Dios, pero no a una divinidad con la que se comunica mediante una oración o un padrenuestro. Es una crítica biliosa, llena de rabia e ira. Una denuncia presentada a un Dios gozoso en su puesto que desconoce el sufrimiento de su hechura: "Dios mío, si tú hubieras sido hombre, hoy supieras ser Dios; pero tú, que estuviste siempre bien, no sientes nada de tu creación. ¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!".

Sin embargo, entre tanto dolor y queja, siempre hay un espacio para la nostalgia. El poemario cierra con el enternecedor título de "Canciones del hogar". En Los pasos lejanos, la genial descripción del hogar de Santiago de Chuco, a través de la siesta del anciano padre y de la madre paseante por los campos del pueblo, "Tan ala, tan salida, tan amor" es únicamente una excusa para volver al inolvidable pueblo, a la familia a la cual Vallejo extraña y no ve. En A mi hermano Miguel, el recuerdo del hermano perdido lleva al poeta a recordar las escondidas infantiles en la vieja casa. Y recuerda, que en pleno juego, "Miguel, tú te escondiste una noche de agosto, al alborear; pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste. Y tu gemelo corazón de esas tardes extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya cae sombra en el alma.". En ese agosto, Miguel había dejado este mundo y Vallejo se enteró de la noticia en Trujillo. Era el hermano de los juegos, de la infancia, de la alegría. 

Solo un juego infantil inconcluso es el retrato perfecto para el dolor de la partida del ser inolvidable.
El poemario termina con Espergesia, un poema cuasi existencialista de tono burlón y sarcástico donde Vallejo se reduce a la mínima expresión del ser humano cuando está rendido, cansado, harto de este mundo. Cuando nos podemos reconocer inferiores a todos, disminuyéndonos, admitiendo que "Yo nací un día que Dios estuvo enfermo. Todos saben que vivo, que soy malo; y no saben del diciembre de ese enero. Pues yo nací un día que Dios estuvo enfermo.".



Un día como hoy, Dios estuvo enfermo. Un día como hoy -y para quedarse-, vino Vallejo.

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